En algún post anterior comenté que en mi vida de barrio era difícil sentir que estaba viviendo en una ciudad de 40 millones de habitantes. Pero en ciertas ocasiones se sentía con ganas.
La foto es de una “fila” para acceder al parque del río Tamagawa, donde todos los veranos se hace un festival de fuegos artificiales. Es mucha la gente que va, y con amplia anticipación, para poder encontrar un espacio donde sentarte con tu manta a mirar.
Esa vez nos tocó lluvia. Estábamos sentados con mis amigos/as bajo la lluvia esperando que empezara el festival, y toda la gente igual, mojándose y sin moverse. Si la lluvia seguía, difícilmente se iban a poder lanzar los fuegos artificiales. Aunque fuera verano igual nos dio frío, y cuando fui al baño, que estaban repletos, mis botas quedaron llenas de barro y agua por dentro.
Y luego, como por arte de magia y justo 10 minutos antes de la hora de comienzo de los fuegos artificiales, la lluvia paró y el cielo se despejó. Los fuegos artificiales son lindos, pero de lejitos y sin tanto sacrificio. Ya había ido a unos en el río Sumidagawa, y no aprendí. Al principio no tenía problemas con las muchedumbres. Al pasar los años, se fue haciendo menos aguantable.
Comentarios