Cuando recién llegué a Japón me encantaba pasear por la estación de Shibuya, lugar donde se ubica el cruce más transitado del mundo y es casa de la estatua de Hachiko, que recuerda la vida de un perrito fiel que esperó a su dueño años, luego de que él se subiera al tren en la estación y no volviera más. También es un lugar de entretención juvenil, con decenas de karaokes, tiendas de ropa, restaurantes,e izakayas (restaurantes expertos en bebidas alcohólicas y picoteos de todos los tipos).
Como en el camino a mi universidad debía tomar un tren y combinar en Shibuya, solía pasear por ahí antes de volver a casa. Hay un edificio entero como tienda de discos, tiendas de electrónica con músicas pegajosas, y Don Quijote, una tienda estilo persa por lo desordenado/ordenado de su interior, donde al caminar encuentras de todo, comida, bebida, ropa, artículos de farmacia, electrónica, y muchos elementos kawaii. Por todas estas razones me gustaba Shibuya, y podía sentarme en un café a observar el caos.
Con los años fui odiando la estación, me desesperaba el caos de la combinación de tren, las largas filas en las veredas y tiendas, el cruce amenazador de muchedumbres, la bulla, las luces, etc. Se fueron sumando los años y con ellos la búsqueda de lugares más tranquilos en la ciudad.
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